16 junio 2006

Inteligencia en contra

Héctor Soto
Viceministro de Cultura para el Desarrollo Humano
Profesor Asociado


Intentar explicar la conducta de sectores universitarios frente a la revolución, sin analizar el origen de ese comportamiento, conduce a un diagnóstico incompleto. No se trata de que la otrora Universidad combativa, crítica, y antiimperialista ya no lo sea por simple “traición” a viejos ideales, incomprensión o que esa posición sea espontánea: es el producto de un trabajo planificado, para América Latina, y especialmente concretado en Chile, Colombia, Argentina y Venezuela.

Después de la segunda guerra mundial las orientaciones en materia cultural y educativa fueron dirigidas por los “triunfadores” en función del capital imperialista y sus necesidades. Rudolph Atcon, asesor del gobierno norteamericano para América Latina desde el Departamento de Estado, la OEA y la ONU, diseñó el modelo que ya fue denunciado en 1980 por un grupo de Venezolanos (“El modelo tecnocrático de la educación superior en Venezuela”, Quintero, M. y col., 1980). El Plan Básico o “Plan Atcon” (1960 y 1970) fue disciplinadamente concretado en Venezuela (con paralelos en el mundo: el "Plan Karachi", en Asia (1959-60), el "Plan Addis Abeda", en Africa, (1960-61)

Se trazó un plan de reformas que incluyó la privatización, el alza de matriculas, la represión al estudiantado y al profesorado. Se redujeron los aportes del estado, y el número de años de estudio -para sacar mano de obra rápidamente por medio de carreras “cortas”, educación a distancia, flexibilización de programas y la creación de Universidades para poner en marcha el “Plan Básico” que consistió en:

Disminuir la importancia de las humanidades, las ciencias sociales y toda materia que sirviera para analizar críticamente la sociedad, a cambio de un programa de orientación tecnocrática y pragmática. La idea fue “convertir” la Universidad Pública en una institución de formación tecnológica, para lo cual debía elevarse a status de científico y profesional las áreas tecnológicas. Se promovió entonces la educación tecnológica de 1 a 3 años, y la proliferaron los Institutos Politécnicos y Colegios Universitarios.

Se promovieron estructuras curriculares individualizantes, con el conocimiento fragmentado, superespecializado, sin una visión integral de los problemas estudiados.

Se suprimieron “facultades” y se fragmentaron con la creación de numerosas “escuelas”, “institutos” y “centros”, muy “exigentes” que consumieron el tiempo de los investigadores y alumnos permitiendo el control político.

Se semestralizaron y hasta trimestralizaron las carreras para darle “vertiginosidad” al proceso educativo y mantener un permanente ciclo de inscribirse-evaluar-inscribirse y no dar tiempo a la reflexión.

Eliminaron las “secciones” o salones estables de estudiantes, para impedir que los alumnos se conocieran y establecieran relaciones afectivas y/o políticas.

Profundizaron el modelo unidireccional de “transmisión” de conocimientos y disminuyeron la construcción de saberes a partir de la experiencia compartida, reflexionada y analisada.

Se ejecutaron diversas estrategias para desmovilizar estudiantado, como los programas de extensión universitaria - poco pertinentes socialmente o de alcances limitados-, para ocupar el tiempo libre y se adelantaron campañas contra el movimiento de resistencia estudiantil, promoviendo las formas organizativas y la ideología corporativista.

Crearon nuevas universidades alejadas de los centrosw poblados para disminuir el contacto directo de los estudiantes con el resto de la sociedad.

Diseñaron arquitectónicamente las nuevas universidades para impedir los mítines y tener mayor control de los estudiantes: inexistencia de grandes auditorios, cafetines pequeños y dispersos, planta física con diseño de “tránsito” y no de “permanencia”, áreas verdes sin asientos ni facilidades para estar reunidos.

El horario fue restringido lo más posible al diurno, con transportes que vacían las universidades a una hora determinada.

En los años 80 cobra fuerza la tendencia mundial hacia la división internacional de la producción de conocimientos tecnológicos, y comienzan a “financiarse” proyectos de investigación en diversos países, cada uno de los cuales serían fragmentos aislados e inútiles por sí solos, pero que integrados si han sido útiles para los “financiadores”.

Vincularon a la universidad con el “aparato productivo” y así vimos las reuniones con los “empresarios” para “determinar y egresar lo que estos necesitan: cuadros al servicio de las clases dominantes, con la creación de grupos de investigación articulados a las líneas de desarrollo del nuevo orden neoliberal.

¡¡Toda una estrategia para aniquilar la conciencia social!!. Cuarenta y cinco años han pasado desde que comenzó a ejecutarse –y se ejecutó- este plan. Los profesores universitarios de hoy somos productos del mismo. Egresados de ese modelo, y luego dentro de la Universidad para seguir ejecutándolo. Seguramente la mayoría no es consciente de ello: la vida universitaria tiene sus ritos de encantamiento, y los privilegios contribuyeron a adormecernos (jornadas de trabajo cómodas, enormes beneficios socioeconómicos en comparación con el resto de la sociedad, intocabilidad escudada en una incorrecta interpretación del concepto de autonomía).

Estamos convencidos de que la discusión del tema universitario pasa por entender que nos enfrentamos al modelo de educación superior, impuesto desde Washington y a sus consecuencias y no a otra cosa. Lo extraño entonces no es que la mayoría de los “inteligentes” estén en contra de la revolución, lo asombroso es que una buena cantidad estemos trabajando a favor de esta.(*)

hectorsoto45@hotmail.com